Cute Bow Tie Hearts Blinking Blue Pointer

sábado, 27 de diciembre de 2014

Especial frases 7#

Nubes de Kétchup
 
 
 
 
-Querido señor S. Harris:
No tenga en cuenta la mancha roja de la esquina. Es mermelada, no sangre, aunque igual tampoco hace falta que le explique la diferencia.

-Solo con mirarme jamás adivinaría usted mi secreto.

-«El cielo entero en un ojo», le dije una vez.

-Esta es una frase que nunca pensé que escribiría, pero es que mi vida tampoco está resultando como me la había imaginado.

-Tenía una de esas caras de pasa que todavía te las puedes imaginar cuando eran uva porque en algún lugar por debajo de las arrugas hubo una vez algo bonito.

Algunas veces. Todo el mundo necesita que le escuchen.

-Arranqué un diente de león bien gordo y lo hice girar con los dedos mientras me dejaba caer sobre la hierba y apoyaba los pies encima de una maceta. El sol en el cielo tenía exactamente el mismo color que la flor de mi mano y estaban unidos los dos por un cálido rayo de luz amarilla. Entre ellos había un vínculo resplandeciente y ya, bueno, probablemente no fuera más que el sol que estaba empezando a quemarme los nudillos, pero por un instante me sentí como si el universo y yo estuviéramos conectados en un gigantesco dibujo de esos de unir los puntos. Todo tenía un sentido y todo resultaba lógico, como si de verdad hubiera alguien dibujando punto por punto mi vida.

-El chico no se acercó a mí y yo no me acerqué a él, pero el cable que conectaba nuestros cerebros chissssssporroteaba.

-Y mis abuelos fueron jóvenes un día. Jóvenes. ¿No te parece raro?

-Lo crea o no, la araña sigue ahí, mirando por la ventana del cobertizo hacia la negrura y la luz de las estrellas, y si me pregunta, señor Harris, debe de estar dormida, porque, con todo lo alucinante que es el universo, no creo que nadie pueda pasarse tanto tiempo mirándolo sin aburrirse, a menos que sea Stephen Hawking.

-Me pregunto si alcanza usted a ver el cielo desde su celda y si piensa alguna vez en las galaxias y en que no somos más que un puntito minúsculo en toda esa infinitud.

-Si todas las horas de todos los días son iguales, me imagino que el tiempo acaba por desaparecer sin más.

-Su confianza en sí misma resplandecía como las estrellas, poderosa y centelleante, iluminando a su alrededor toda la oscuridad.

-Nos pasamos un siglo hablando y comiendo algodón de azúcar mientras el fuego doraba la noche.

No estábamos más que el chico y yo y nuestros ojos brillando en el centro del universo.

–Buenos motivos para hacer cosas malas... Interesante.

nos tiramos allí mismo al suelo para contemplar los fuegos artificiales tumbadas en la hierba mientras la noche entera explotaba a nuestro alrededor. Señalé hacia unas chispas azules.
–Parecen renacuajos.
–Espermatozoides más bien –dijo Lauren. Nos reímos las dos porque era verdad, las chispas serpenteaban por el cielo como si estuvieran compitiendo por fertilizar a la luna.

-Me dolía todo y en el mundo hacía frío y hasta las estrellas me parecían malvadas, agudos trozos de blanco que sobresalían de todo aquel negro.

-Cuando hay nubes es como si el mundo tuviera una capa de lana. Se está más calentito y eso.

-Haría lo que fuera por olvidar. Lo que fuera.

–¡Deja de jugar con la comida! –le dijo por signos mi madre.
–Son nubes –respondió Dot.
–Las nubes no son rojas –dijo por signos Soph.
–Es el amanecer –replicó por signos Dot, desafiante–. Porque en mi plato está amaneciendo. Y a la salchicha le parece precioso. –Le esculpió una sonrisa a la salchicha con el cuchillo.
–Vaya desastre –le dijo por signos mi madre.
–Pero un desastre bonito –sonrió Dot. Le dio la vuelta a su plato para enseñárselo a nuestra madre. La salchicha estaba tumbada de espaldas, sonriéndoles a las nubes de kétchup.

¿A ti qué te ha hecho pensar?
–Que la vida es corta. Y que hay muchas otras cosas aparte de preocupaciones.

–Entonces, ¿adónde vamos? –preguntó Aaron.
A algún lugar muy lejano.

-La gente se duerme en los aviones, sin pararse a pensar siquiera en lo milagroso que es ir volando por el cielo más alto que las nubes

Me cogió la mano y me escribió el número en la palma, haciéndome cosquillas con la punta en la piel mientras los ceros y los sietes y los seises y los ochos se iban extendiendo desde el dedo gordo hasta el meñique cruzando mi línea de la vida y mi línea del amor y todas las otras líneas que las gitanas leen en caravanas.

-«Para siempre en mi pensamiento, para siempre en mi corazón».

Lo de la fiesta y lo de la hoguera y cuando me llevó a casa en coche, todo había ocurrido al abrigo de la oscuridad y por eso resultaba difícil sacarlo a la luz,

-«El verdadero amor es sacrificio.»

–Solo somos amigos –contestó Aaron, y a mí se me cayó el alma a los pies–.

-La primera mañana del año empezó con un amanecer rojo intenso, como si toda mi ira estuviese ardiendo en el cielo.

El calor empañó el cuenco plateado. Fiona dibujó un corazón en el vapor y me sonrió.

-Todavía no me siento del todo capaz de hablarte de eso, pero lo voy a hacer. Un día, muy pronto. Te lo prometo.

-Por muy difícil que se me haga tengo que seguir adelante.

–¿Por qué he nacido así?
–No lo sé. Esas cosas no se eligen.

-Vamos a imaginarnos solo por un instante que eso pudiera ocurrir de verdad. Tú cierra los ojos y yo los cierro también y vamos a soñar el mismo sueño a los dos lados del Atlántico para iluminar la oscuridad que nos separa.

Lo único que me quedaba por hacer era meterme debajo de mi edredón morado y esperar. Me lo coloqué por encima como una tienda de campaña, aislándome del universo, y ahí es precisamente donde estaba cuando empezó a sonar el teléfono. Miré la pantalla y el nombre de Aaron iluminó mi mundo.

–Eso es lo que voy a hacer yo –dijo entrecerrando los ojos mientras el gorrión levantaba el vuelo con un ruido que sonaba a libertad–. Viajar por el mundo.

-Y si lo tengo que escribir, prefiero hacerlo con lápiz para poder borrarlo todo inmediatamente, suprimiendo por completo esa parte de mi vida para que se disuelva en la nada y yo pueda empezar de nuevo, dibujándome como quiero ser, que es con una sonrisa de libertad y un corazón puro y un nombre que pueda escribir con mayúsculas porque no me dé miedo revelarlo en una carta garrapateada en un cobertizo.

-Hacía una mañana tan perfecta como si Dios hubiera planchado una tela de color turquesa de lado a lado del cielo y le hubiese cosido justo en el medio un círculo amarillo.

-El sol empezó a ponerse, Stu, y era espectacular, en plan imagínate helado en un cuenco, remolinos rosas y remolinos naranjas y remolinos amarillos derritiéndose juntos para formar colores que ni siquiera tienen nombre.

-En el vidrio brillaban todas las luces de la feria y me quedé mirándolo, pensando en lo bonito que era, y al volver la cabeza vi a Aaron con unos vaqueros y unas chanclas y una camiseta blanca normal, y me quedé sin aliento porque eso era todavía más bonito.

-¡Tú lo eras todo para mí!

-Podríamos comer juntos, tú en un lado del océano y yo en el otro, con un mantel de un azul chispeante cubriendo la distancia que nos separa.

-Es difícil, Zoe, pero tienes que perdonarte a ti misma.

-Lo absorbí con la vista como si mis ojos llevaran meses muriéndose de sed.

-No hablamos, solo nos dirigimos fuera de la ciudad, hacia el campo, camino de absolutamente ningún sitio, y cuando encontramos ese lugar perfecto entre unos árboles, paramos y nos miramos el uno al otro. Sabíamos sin decirlo que no podía pasar nada, pero Aaron extendió su abrigo en la hierba y nos sentamos el uno junto al otro a contemplar la  
puesta de sol.

-Las golondrinas se lanzaban en picado por el cielo rojo, de vuelta de sus aventuras, y nosotros nos abrazamos bajo aquellas nubes de kétchup, deseando que el tiempo se detuviera y que el mundo se olvidase de nosotros por un momento.

–Se me va a hacer muy largo, Chica de los Pájaros –dijo en un susurro enfatizando las palabras.
–A mí también –admití, porque una vida sin él iba a ser interminable.

-Tuve la impresión de que mi casa estaba a un millón de millas de allí. Mi madre. Max. Tú. Fue como si os desdibujarais todos, que era lo que yo necesitaba, porque los recuerdos duelen demasiado.

-Los seres humanos. Somos todos iguales. No hay forma de escapar. Da lo mismo que seas un inglés medio calvo que eructa el alfabeto o una mujer que mata pollos en mitad de los  
Andes. Da lo mismo la lengua que hables o la ropa que lleves.

-Hay cosas que no cambian. Las familias. Los amigos. Los enamorados. Son iguales en todas las ciudades de todos los países de todos los continentes del mundo.

-No te voy a decir lo enamorado que estoy de ti, ni el miedo que me da estar sin ti, ni cómo necesito esconderme de todo el mundo porque nunca va a haber nadie que se te pueda comparar... Me limitaré a dejarte marchar.

-Al fin y al cabo, el verdadero amor es sacrificio y si pretendo que te olvides de Max, entonces tienes que olvidarte de mí.
El señor Perilla y el señor Calva Incipiente se han marchado. Está oscureciendo y ahora hay mucho menos tráfico y aparte de mí solo queda el loro atrapado en su jaula. No es así como vas a vivir tú, Chica de los Pájaros. Por lo menos en lo que de mí dependa.

-Abre esas alas fuertes que tienes. Vuela.



-Y ya saben, cualquier duda o petición déjenlo en un comentario. Muchas Gracias. 

2 comentarios:

  1. ¡Hola guapa!

    Me encanta este libro, y tiene unas frases geniales❤

    ¡Un besote!

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    1. !Hola! Muchas gracias por visitar mi blog.
      Siii, el libro es alucinante e inolvidable 😘

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